"CRACK": mejor que lo defina Eduardo Vidal
Considerando que hace muchos años me declaré públicamente (por costumbre, pero también por convicción), pesimista fundamentalista y subversivo de la razón; es posible avizorar que mis “cracks” más notables y desgarrados hayan sido producto de desencuentros personales espontáneos y de viejas implosiones catastróficas. A esta altura de mi vida, tengo más preguntas que respuestas y la probabilidad de contestar esas preguntas con alguna esperanza de certeza es tan lejana e infinitesimal que decidí hace algún tiempo atrás, un pragmatismo vertebral para mi existencia, aún cuando en realidad sólo siga siendo yo. Debo establecer como condición previa también, el influjo de otras personas y eventos en el desenlace de éstos y otros “cracks”. Si el transcurso de mi vida fuera como la superficie y perfecta del paño verde de una gigantesca mesa de billar, podría colocar sobre él a todas las personas que conozco y que han afectado mi rumbo; cual miríada de bolas de marfil: tantos colores, tamaños e influencias gravitacionales… El asunto es que siempre estoy golpeando a las más grandes y pesadas y yo no sé porqué .
Mi primer “crack” seguramente fue intrauterino. Mis padres habían decidido todo, por y para mí, antes de mi nacimiento, incluso mi profesión; en ese sentido puedo decir que nací con nombre y dirección; pero, ¿de qué otra forma podría haber sido? No hay norteño respetable que no sea o haya sido signado por su extensiva y siempre cercana familia. Peor aún, porque crecí entre los límites alienantes de la hacinada clase media norteña y una tradición familiar de poetas, escritores y genios locos sin remedio. De esa forma, para cuando tenía diez o doce años, ya era incuestionable mi vocación congénita por la medicina, aún cuando el verdadero placer estaba en escribir. ¡Cuántas veces mi hermana y yo… enredados en competencias absurdas por la mayor producción de poemas o cuentos sin rima y sin conclusión, poemas dedicados a lo mágico y etéreo! Escribir y pensar en escribir: eso era lo nuestro. Es posible que hayamos recibido la influencia de las historias misteriosas, románticas y casi mágicas de mi abuela, la madre de mi madre. Recuerdo cuando se recogía en su sillón de mimbre y hierro y se regodeaba en sus recuerdos de un pasado matriarcal y burgués; pasado que después de la Reforma Agraria se vio reducido a una casa oscura y silente en medio de la nada; llena de muebles viejos y vitrinas vacías con los que tropezaban ánimas y sueños deslucidos; fantasmas que se dejaban ver cuando te portabas lo suficientemente mal con tus mayores ...
Considerando que hace muchos años me declaré públicamente (por costumbre, pero también por convicción), pesimista fundamentalista y subversivo de la razón; es posible avizorar que mis “cracks” más notables y desgarrados hayan sido producto de desencuentros personales espontáneos y de viejas implosiones catastróficas. A esta altura de mi vida, tengo más preguntas que respuestas y la probabilidad de contestar esas preguntas con alguna esperanza de certeza es tan lejana e infinitesimal que decidí hace algún tiempo atrás, un pragmatismo vertebral para mi existencia, aún cuando en realidad sólo siga siendo yo. Debo establecer como condición previa también, el influjo de otras personas y eventos en el desenlace de éstos y otros “cracks”. Si el transcurso de mi vida fuera como la superficie y perfecta del paño verde de una gigantesca mesa de billar, podría colocar sobre él a todas las personas que conozco y que han afectado mi rumbo; cual miríada de bolas de marfil: tantos colores, tamaños e influencias gravitacionales… El asunto es que siempre estoy golpeando a las más grandes y pesadas y yo no sé porqué .
Mi primer “crack” seguramente fue intrauterino. Mis padres habían decidido todo, por y para mí, antes de mi nacimiento, incluso mi profesión; en ese sentido puedo decir que nací con nombre y dirección; pero, ¿de qué otra forma podría haber sido? No hay norteño respetable que no sea o haya sido signado por su extensiva y siempre cercana familia. Peor aún, porque crecí entre los límites alienantes de la hacinada clase media norteña y una tradición familiar de poetas, escritores y genios locos sin remedio. De esa forma, para cuando tenía diez o doce años, ya era incuestionable mi vocación congénita por la medicina, aún cuando el verdadero placer estaba en escribir. ¡Cuántas veces mi hermana y yo… enredados en competencias absurdas por la mayor producción de poemas o cuentos sin rima y sin conclusión, poemas dedicados a lo mágico y etéreo! Escribir y pensar en escribir: eso era lo nuestro. Es posible que hayamos recibido la influencia de las historias misteriosas, románticas y casi mágicas de mi abuela, la madre de mi madre. Recuerdo cuando se recogía en su sillón de mimbre y hierro y se regodeaba en sus recuerdos de un pasado matriarcal y burgués; pasado que después de la Reforma Agraria se vio reducido a una casa oscura y silente en medio de la nada; llena de muebles viejos y vitrinas vacías con los que tropezaban ánimas y sueños deslucidos; fantasmas que se dejaban ver cuando te portabas lo suficientemente mal con tus mayores ...