Día tras día la muchacha hacia elevar su voz sobre el sonido de la cascada, que se la fue puliendo según la escala musical y modelando en las diversas graduaciones del volumen. Alguna vez Todos los Santos abrió el romancero en cierto poema de Rubén Darío y le indicó que empezara sus ejercicios leyéndolo a voz en cuello. Se trataba de una princesa que roba del cielo una estrella.
- No será esta princesa la mismísima Santa Catalina, nuestra protectora? – se entusiasmó la niña.
- No será esta princesa la mismísima Santa Catalina, nuestra protectora? – se entusiasmó la niña.
- No desvaríes. Esto es un poemario, no un santoral. No confundas la tierra con el cielo y sigue recitando.
- No puedo, madrina, es demasiado lindo.
- Pamplinas. Dame acá – dijo la veterana, y fue leyendo sobre el gran enojo del rey ante el robo.
- Un castigo has de tener – bramó el soberano -. Vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver.
- La princesa se entristece por su dulce flor de luz – seguía narrando Rubén Darío -, pero entonces aparece, sonriente, el buen Jesús.
- En mis campiñas esa rosa le ofrecí – aclaró Jesús -. Son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí.
- Yo creo que este buen Jesús es el mismo que viven en nuestra alcoba – opinó la niña -. También a mí me regaló una rosa el otro día.
- Calla, que estás armando un enredo y me haces perder el ritmo. La religión en exceso hace buenas monjas y putas desgraciadas – advirtió Todos los Santos.
- La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor en que lucen con la estrella, verso, perla, pluma y flor – cantó Rubén Darío y en ese momento la niña se dejó llevar por una suspiradera ajena a su temperamento y se largó a llorar, y fue entonces cuando Todos los Santos descubrió en su discípula una inclinación por la poesía y una fascinación de estrellas tristes que la alarmaron y le parecieron síntoma peligroso en una promisoria aprendiz del oficio más inclemente que conoce la humanidad.
- No es juego, niña – le dijo -. Las prostitutas, como los boxeadores, no permitirse una debilidad, porque las noquean. Una cosa es la vida y otra distinta es la poesía; no vuelvas a confundir la mierda con la pomada.
Cuando consideraron necesario apretar en exigencia el entrenamiento de la voz, fueron a pararse a orillas de la novísima carretera Libertadores, por donde el progreso entraba arrasando, para someterse a la prueba máxima del ruido infernal que el río de vehículos hacía llegar hasta el cielo.
- ¡…los marineros besan y se van! – gritaba la niña al paso de camiones rugientes que en estampida casi le arrancaban las naguas y dejaban reducido al viento el ya de por sí volátil amor de marinero.
De: La Novia Oscura. Laura Restrepo