24 julio, 2010

Los Pilares de la Tierra

Tom sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Sonrió a Agnes y luego bajó la mirada. Se dio cuenta de que seguía sangrando mucho. El arrugado codón umbilical, que todavía seguía sangrando lentamente, había caído en un charco de sangre sobre la capa de Tom, entre las piernas de ella.
Levantó de nuevo la vista. El bebe había dejado de mamar y se había quedado dormido. Agnes lo arropó en su capa y cerró los ojos.
-¿Esperas algo? – preguntó Martha al cabo de un momento.
Tom respondió: - Las secundinas.
-¿Y eso qué es?
-Ya lo verás.
Madre e hijo dormitaron durante un rato, y luego Agnes abrió los ojos. Sus músculos se tensaron, la abertura se dilató ligeramente y apareció la placenta. Tom la cogió y se quedó mirándola. Era como algo sobre el mostrador de un carnicero. Al mirarla con mayor atención vio que parecía rota, como si le faltara un trozo. Pero nunca había visto ninguna tan de cerca después de un alumbramiento; suponía que siempre serían así, porque siempre debían desgajarse del vientre. La arrojó al fuego. Al quemarse hizo un olor extremadamente desagradable, pero si la hubiera tirado al bosque hubiera podido atraer a zorros, e incluso a algún lobo.
Agnes seguía sangrando. Tom recordaba que con las secundinas siempre había cierto derramamiento de sangre, pero no recordaba que fuera tan abundante. Se dio cuenta de que la crisis no había llegado a su fin. Pero por un instante se sintió mareado a causa de la tensión y la falta de comida. Pero en seguida se recuperó.
-Todavía sangras un poco- dijo a Agnes, tratando de disimular la preocupación que sentía.
-Pronto terminará- dijo ella – Tápame.
Tom le abrochó la falda y luego le envolvió la capa alrededor de las piernas.
-¿Puedo descansar ahora?- preguntó Alfred.
Aún seguía arrodillado detrás de Agnes, sosteniéndola. Debía de estar entumecido de permanecer tanto tiempo en la misma postura.
-Me pondré yo- dijo Tom.
Agnes estaría más cómoda con el bebe si pudiera mantenerse incorporada a medias, pensó. Y además, un cuerpo detrás de ella le mantendría la espalda caliente y la protegería del viento. Cambió de sitio con Alfred. Este se quejó dolorido al estirar sus piernas. Tom rodeó con los brazos a Agnes y al niño.
-¿Cómo te sientes?- le preguntó.
-Cansada.
El recién nacido empezó a llorar. Agnes lo colocó de forma que le encontrara el pezón. Mientras mamaba, ella parecía dormida.
Tom estaba inquieto. El cansancio era normal, pero lo que le preocupaba era aquella especie de letargo que padecía Agnes. Estaba demasiado débil.
El bebe se quedó dormido y poco después los otros los otros dos niños; Martha acurrucada junto a Agnes y Alfred tumbado junto a la parte más alejada de la hoguera. Tom mantenía abrazada a Agnes, acariciándola con ternura. De vez en cuando le daba un beso en la cabeza.
Sintió relajarse el cuerpo de ella al sumirse en un sueño cada vez más profundo. Llegó a la conclusión de que probablemente sería lo mejor para ella. Le tocó la mejilla; tenía la tez pegajosa de humedad pese a sus esfuerzos por mantenerla caliente. Metió la mano por debajo de la capa de ella y tocó el pecho del pequeño. El niño estaba caliente y el corazón le latía con fuerza. Un bebe vigoroso, se dijo, un superviviente.
Agnes se movió ligeramente.
-¿Tom?
- Dime.
-¿Recuerdas la noche que fui a tu vivienda, cuando estabas trabajando en la iglesia de mi padre?
-Pues claro- contestó él, dándole unas palmaditas - ¿Cómo podría olvidarlo?
-Nunca lamenté haberme entregado a ti. Nunca, ni por un solo momento. Me siento tan contenta cada vez que pienso en aquella noche…
Estaba muy contento de saberlo.
Se quedó un rato adormilada. Luego habló de nuevo.
-Espero que construyas tu catedral- dijo.
Le sorprendió aquello.
-Creí que estabas en contra de ello.
-Sí, pero estaba equivocada. Te mereces algo hermoso.
Tom no comprendía lo que ella quería decir.
-Construye una hermosa catedral para mí- siguió diciendo Agnes. No parecía estar en sus cabales. Tom se alegró de que volviera a dormirse, pero esta vez su cuerpo parecía completamente flácido y la cabeza caída a un lado. Tom hubo de sujetar al niño para evitar que cayera de su pecho.
Permanecieron así durante bastante tiempo. Finalmente el bebe despertó de nuevo y empezó a llorar. Agnes no reaccionó. El llanto despertó a Alfred que dio media vuelta rodando y miró a su hermano recién nacido.
Tom sacudió con suavidad a Agnes.
-Despierta- dijo – El pequeño quiere mamar.
-¡Padre!- exclamó Alfred con voz asustada - ¡Mírale la cara!
Tom tuvo una corazonada. Había sangrado demasiado.
-¡Agnes!- dijo - ¡Despierta!
No hubo respuesta. Agnes estaba inconsciente. Tom se levantó, sosteniéndola por la espalda hasta dejarla tumbada sobre el suelo.
Agnes tenía el rostro lívido.
Temeroso de lo que iba a encontrarse, abrió la capa que le envolvía las piernas.
Había sangre por todas partes.
Alfred lanzó una exclamación entrecortada al tiempo que se volvía de espaldas.
-¡Protégenos Señor!- musitó Tom.
El llanto del bebe despertó a Martha. Al ver la sangre empezó a chillar. Tom, sujetándola, le dio una bofetada. La niña se quedó callada.
-No grites- le dijo Tom con calma mientras la soltaba.
-¿Se está muriendo madre?- preguntó Alfred.
Tom puso la mano bajo el pecho izquierdo de Agnes. El corazón no le latía.
Apretó con más fuerza. Estaba caliente y su pesado pecho descansó sobre la mano de él, pero no respiraba y el corazón no le latía.
Algo como un entumecimiento, como una niebla, invadió a Tom. Agnes se había ido. Le miró el rostro. ¿Cómo era posible que no respirara? Ansiaba que se moviera, que abriera los ojos, que hablara. Seguía manteniendo la mano sobre su pecho. A veces un corazón podía comenzar a latir de nuevo, decía la gente… pero Agnes había perdido tanta sangre…
Miró a Alfred.
-Madre ha muerto- musitó.

De: Los Pilares de la Tierra. Ken Follett

16 julio, 2010

Homenaje de APHA a Carl Taylor


Carl estaba en el último avión que salió de Bagdad antes de que comenzara la Guerra del Golfo en 1991. Con Jonathan Fine, Jefe de la Organización no Gubernamental Médicos por los Derechos Humanos, estaban evaluando el impacto de seis meses de sanciones de las Naciones Unidas en la salud de los niños iraquíes. Finalizaban su informe cuando llegaron noticias de que el bombardeo se iniciaría a la medianoche. Las autoridades de Bagdad estaban tan ansiosas de que los resultados llegaran a las Naciones Unidas que les aseguraron dos sitios en el último avión que salía rumbo a Jordania.

Unas noches antes les habían indicado a Carl y Jonathan que estuvieran en la puerta de la recepción de su hotel a una hora específica. Dos guardias con armas automáticas entraron por la puerta batiente y los condujeron de manera educada pero firme a una limosina negra que los esperaba. Sin saber más, y ni siquiera a quién iban a ver, los llevaron rápidamente por las oscuras calles de Bagdad. Finalmente, la limosina se detuvo a la puerta de un complejo con muchos guardias. Yasser Arafat esperaba adentro, más joven y más relajado de lo que se le ve ahora, con evidente confianza en sí mismo. La conversación pasó rápidamente de la crisis inmediata de Iraq a la crisis humana en el Medio Oriente. Arafat dijo: “Los Estados Unidos deberían darse cuenta de que este ciclo de violencia llevará a ciclos de violencia posteriores. Arrojar bombas no conducirá a la paz sino que creará más desconfianza. A los árabes no se les derrota nunca; simplemente esperan y se preparan para la venganza”.

Arafat enfatizó que lo que más ayudaría a las relaciones con los árabes no era la ayuda y ni siquiera las fronteras y patrias seguras, sino el respeto. Mencionó las múltiples ocasiones en que las naciones poderosas de Occidente habían elegido castigar a los palestinos en vez de ayudarlos a desarrollarse social y económicamente. “Esta crisis acabará cuando aceptemos las diferencias entre unos y otros”.

Al llegar a los Estados Unidos, Carl fue inmediatamente a ver a Jim Grant, jefe de UNICEF, quien dirigió donde Boutros Boutros Ghali, el Secretario General de las Naciones Unidas. Se pusieron rápidamente de acuerdo para enviar convoyes de suministros médicos de emergencia para los niños, creando un corredor de la paz para el paso seguro incluso durante el bombardeo. Esto esfuerzos de alivio se convirtieron pronto en un peón en los esfuerzos de poner en jaque el desarrollo de armas de destrucción masiva que había emprendido Saddan Hussein. Se impuso sanciones a pesar de los numerosos informes de grave y creciente mortandad y mala nutrición infantil en Iraq. Unos meses después, cesaron los convoyes. La dramática y muy aclamada respuesta militar a la invasión de Kuwait subyugó pero no derrotó a los enemigos ni mejoró la situación política ni trajo la paz. Y, como siempre, los pobres sufrieron más que nadie con las sanciones.

La palabra china para crisis, weiji, combina el caracter wei, que significa peligro, y carácter ji, que significa oportunidad. Transformar en buena una fuerza destructiva es un enfoque muy diferente que tratar de vencerla y derrotarla y los peligros que ello implica. La mayoría de los estudios de caso que aparecen este libro muestran comunidades que poco a poco lograron mejorar su futuro. Pero cuando ocurre una crisis, lo que primero parece un peligro puede convertirse en una oportunidad. La respuesta puede pasar del alivio inmediato hasta una reestructuración que mejore la vida de la comunidad y evite crisis futuras o al menos minimice sus efectos devastadores.

El nuevo siglo probablemente traerá más crisis y cada vez más severas. A medida que las decisiones corporativas reubican las economías globales, habrá miles de personas en búsqueda de nuevos empleos. Probablemente las guerras, disturbios civiles y limpiezas étnicas se incrementarán a medida que un mayor acceso a la información y a las comunicaciones de a los pueblos enfurecidos un mayor sentido de poder y las herramientas paraa organizarse. Las inundaciones, sequías, tifones y tormentas probablemente se incrementarán como resultado del calentamiento global y de los cambios en los patrones del clima. Tal vez las hambrunas y epidemias vayan acompañadas de una mayor densidad demográfica y mayores disparidades sociales. Se hará cada vez más escasa la tierra disponible para reubicar poblaciones nuevas o desplazadas.

Durante décadas nuestra familia ha compartido la desesperación y el caos de una serie de desastres, pero también la esperanza de que cada desastre trae una oportunidad. SEED-SCALE ofrece a la gente una manera de ver más allá de la tragedia, encontrar esperanza y romper con hábitos establecidos. El primer ejemplo proviene de las montañas Apalaches de nuestra propia comunidad.
De: Just and Lasting Change: When Comunities own their Futures.

Acerca de mí

Mi foto
Soy un médico graduado de Cayetano Heredia con entrenamiento en Salud Pública, descentralización, gestión pública, calidad de servicios de salud, y cambio comunitario. Tengo 10 años de trabajo en el primer nivel de atención del sector salud y Atención Primaria de Salud; primero, en el MINSA y en los últimos 7 años, en algunos Proyectos de mejora de la gestión de los servicios de salud en el primer nivel de atención y de Supervivencia Materno-infantil.